Por Cristina Álvarez Rodríguez
Malvinas es nuestra historia. Pero no una historia que está guardada en los libros. Malvinas es memoria viva.
Vive en nosotros y nosotras desde hace cuarenta años. Vive todos los días y, en especial, cada 2 de abril, en que recordamos a nuestros héroes. A quienes pusieron el cuerpo y se jugaron la vida por la soberanía argentina sin dudarlo, a pesar de la perversión de una dictadura que los abandonó a su suerte.
Vive, también, porque es una herida abierta, con historias que aún no fueron contadas ni reconocidas. Hubo miles de argentinas que desempeñaron un papel fundamental en el conflicto. Ellas también estuvieron. Ellas también fueron heroínas de la guerra.
Ellas fueron las Mujeres de Malvinas. Las enfermeras e instrumentadoras que cuidaron y curaron a los heridos. Las que colaboraron como radio operadoras. Las que juntaron alimentos para que no pasaran hambre. Las que tejieron para que no pasaran frío. Las que recibieron a nuestros soldados derrotados cuando nadie los quería ver y el Estado les había dado la espalda.
Así lo cuenta Edgardo Esteban, ex combatiente y actual director del Museo Malvinas: al volver de la guerra, imaginaba que el barrio entero iba a estar reunido en su casa. En cambio, se encontró con la cuadra oscura, el ladrido de los perros y su madre, sola, esperándolo.
Mujeres de Malvinas fueron las mamás, abuelas, hermanas, hijas, novias y amigas que brindaron contención y apoyo emocional a los combatientes. Las que bancaron sus traumas y sus heridas.
Las que con sus tareas de cuidado, no remuneradas y pocas veces valoradas, ayudaron a reparar el vínculo con la sociedad. Las que con su compromiso, después de la guerra, nos enseñaron a construir en paz.
Hace varios años, comenzamos a reconocerlas y, en ellas, a nosotras. Desde el Ministerio de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, junto a la entrañable compañera Andrea Balleto, pusimos en marcha una campaña para contar esas historias que fueron invisibilizadas.
El Programa se denominó Cultura de Paz-Gestión de Paz. Su finalidad era distinguir como Forjadoras de Paz a las mujeres que transformaron la vida de los demás con su ejemplo y su labor humanitaria. Esta iniciativa pionera fue replicada en los últimos años en varias universidades.
Nuestro Gobierno lo asumió como un compromiso de gestión. En el ciclo Mujeres y Memoria, la ministra Estela Díaz nos convocó a rescatar “las voces que no fueron escuchadas” para recordar que también nosotras fuimos protagonistas.
Voces como la de Silvia Barrera, nacida en San Martín, quien con tan solo 23 años fue una de las instrumentadoras quirúrgicas que se ofrecieron voluntariamente para ir a las Islas. Llegó a bordo del Almirante Irízar y cumplió funciones en el peor momento del conflicto. Hoy es la mujer más condecorada de las Fuerzas Armadas, pero no fue ajena al ninguneo. Ella resumió el sentir de las mujeres de Malvinas: “de a poco se va visibilizando nuestro rol en la guerra y sin dudas seremos parte de la historia argentina. Todavía queda un largo camino por recorrer”.
Como dice Silvia, “seguimos sembrando historia”. Su testimonio y el de tantas otras es esa memoria viva que tenemos la responsabilidad de mantener presente. Las Malvinas son argentinas.
(*) Ministra de Gobierno de la provincia de Buenos Aires.